Ayer leí algo que decía que el amor a uno mismo es valioso: no tiene ningún propósito, ningún fin. Quizá por eso, o al menos en mi caso me cuesta tanto amarme realmente. Cuando me enamoro quiero darle todo mi amor a esa persona y todo lo bueno que hay dentro de mí, me siento viva y llena de energía, mi mente se vuelve más creativa y mis días me parecen como llenos de magia, diferentes al tiempo cuando no estoy enamorada. Me imagino que a muchos les pasa igual, por eso a veces siempre estamos en esa búsqueda constante de encontrar a alguien "que nos haga sentir el mundo y la vida de esa manera". Creo que también es porque una situación así, me hace creer en un futuro feliz, en que viviré muchas cosas que me hacen sentir bien, en que hay alguien que me dice cosas lindas, alguien que está ahí y te hace sentir bonito, que mis sueños parecen volverse realidad y me imagino una vida al lado de esa persona haciendo muchas cosas felices y divertidas, y sueño con tener hijos y ver una película todos juntos un domingo por la tarde. En fin, es como la promesa de algo genial y maravilloso, prometedor, pura cosa gratificante.
Pero con el amor a mí misma, no existe todo ese sueño y todas esas cosas que acabo de describir, no hay expectativas de nada, no existe la promesa ni la ilusión de algo genial en el futuro, por eso me cuesta tanto reconocer y darme ese amor, porque pareciera que no da nada gratificante a cambio y sin embargo, ese es el verdadero, el que más escondido está, el que pareciera no darte nada a cambio y sin embargo lo es todo, el que no va a requerir de frases lindas para decirte cuánto te ama, el que más olvido pero el único que necesito. Es el amor que verdaderamente hay que saber cuidar y hacer crecer, no basta solo con decir me amo y ya, hay que estar continuamente al pendiente de ir quitanto toda la maleza que nos impide encontrarlo, que lo esconde.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario